16 abril 2012

Una escapada en Paris


Personajes / pareja: Jaejoong, Yoochun, Junsu, Yunho y Changmin.
Resumen: Uno nunca debería considerar las ideas de Jaejoong. Simplemente debería asumir que son malas.
Rating: PG
Palabras: 1.706
Disclaimer: No me pertenecen, desgraciadamente. La idea sí, y cualquier parecido con la realidad... no es que sea coincidencia, es que es imposible.
Notas: Escrito para el segundo intercambio “Una imagen, un fanfic” a petición de allalabeth_san.



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Una escapada en Paris




Jaejoong tenía la culpa.

Quizás se trataba solamente de que ponía en práctica cada una de sus ideas antes de pararse a considerar todas las implicaciones de las mismas. Tal vez era sólo generosidad mal entendida, transformada en electricidad sin ningún puerto o conducto para canalizarla. O puede que simplemente no asimilase la idea de que sus compañeros no eran como él y nunca iban a serlo.

Paris no era diferente de Seúl o de Tokio en lo que a él respectaba. Sus procesos mentales seguían siendo los mismos, aderezados con ese entusiasmo tan suyo que desbordaba todos sus poros. Puede que las calles, la gente y el Sena fueran nuevos, la lengua extraña y el acento divertido. Pero para él la sensación era la misma que al perderse entre los callejones de cualquier ciudad de oriente: estimulante y liberadora.

Las tiendas, sin embargo, eran un universo aparte. Paris era un paraíso en el que perderse entre bolsas, pieles y objetos sin ninguna utilidad aparente. Y el arte se colaba en cada rincón como los mismos rayos del sol, cambiando el paisaje a cada minuto.

Mientras paseaba por una de esas luminosas calles, la tarde de su tercer día, los vio. En un escaparate, de una tienda minúscula en el corazón de la ciudad. Por supuesto no pudo pararse a hacer ninguna compra, porque tenían el tiempo justo para llegar al hotel y cambiarse para la noche. Pero la imagen permaneció en su mente mientras la idea tomaba forma. En ningún momento se planteó que fuese extraña, al fin y al cabo todo el mundo se llevaba recuerdos de Paris. Y por supuesto, no se le ocurrió ninguna objeción que pudiesen poner sus compañeros a su inocente regalo.

Fue al amanecer del sexto día cuando se escapó hasta ese local y compró cinco exactamente iguales. Jaejoong pensó que sería como un secreto entre ellos, uno más de los que ya tenían. Un recuerdo divertido que llevarse del cautivador ambiente francés y su maravillosa ciudad.

Pero poco se imaginaba él que ante su regalo, las reacciones de los cuatro miembros serían tan dispares.

Yoochun, que se había preguntado vagamente el paradero de Jaejoong, fue el primero en obtener su regalo. Nada más abrirlo soltó una carcajada y miró a su soulmate por encima del obsequio, asegurándole que era perfecto. Por supuesto, tras las risas y el cachondeo, el momento terminó con un pacto mediante el cual Jaejoong no podía entregarles el suyo a los demás si él no estaba presente.

Junsu fue el segundo, asaltado a la puerta del baño nada más terminar de ducharse. En cuanto vio cómo sus hyungs se acercaban con cara de niño la mañana de navidad, supo que lo que le esperaba tenía que estar penado. O debería estarlo. Y no se equivocaba, por supuesto. Mientras sacaba del envoltorio su regalo, sujeto entre los dedos pulgar e índice de la mano derecha, se preguntó por enésima vez qué crimen había cometido en su vida anterior para tener que pagar tanto en esta. O eso, o el karma iba a hacer que en su próxima vida fuese el rey que unificase al mundo y trajese la paz por los siglos de los siglos.

Resignado a lo inevitable, mientras acarreaba su regalo al dormitorio, se recordó que él era adventista y que no creía en la reencarnación.

Como era previsible para cualquiera que conociese al líder, Yunho lo amó. Literalmente lo amó. No podía imaginar un regalo mejor que ese que Jaejoong había escogido para ellos. Se lo puso enseguida y se paseó frente a las puertas con espejo del armario, admirando el colorido y el estampado. Lo cierto era que él también lo había visto en aquel pequeño escaparate, pero a diferencia de Jaejoong no se había atrevido a entrar a por él. Eso solucionaba el problema, y le daba una excusa perfecta ante las previsibles burlas de Junsu y Changmin.

El maknae, por su parte, se negó en redondo a ponerse lo que denominó como “un atentado contra el buen gusto y un insulto a Paris”. Estaba a mitad del desayuno cuando Jaejoong y Yoochun se materializaron ante él, como salidos de la nada. El paquete de brillantes colores sobre la mesa y sendas escalofriantes sonrisas en los rostros de sus hyungs. Levantó una ceja e ignoró el regalo y a sus compañeros hasta que hubo terminado la comida. Y aun después, cuestionó el porqué del obsequio antes siquiera de abrirlo.

Cuando el calzoncillo verde fosforito cayó sobre la madera, Changmin puso los ojos en blanco. La prenda no había por dónde cogerla. No sabía qué era lo peor, si el color, si la imagen serigrafiada de la Torre Eiffel en la parte delantera, o si las letras que la atravesaban con la leyenda “J’aime Paris” escritas en amarillo canario.

Yoochun se partió de risa, claro, mientras Jaejoong intentaba convencer al maknae de que se lo pusiera ese día para que todos fuesen a juego. La discusión duró la hora que tardaron en vestirse y terminó con toda la ropa interior de Changmin, incluida la que se quitó para la ducha, sumergida en ese extraño sanitario llamado bidet. La única prenda a salvo y seca fue ese slip que Changmin se puso jurando y perjurando que se vengaría por ello.

Aun así, ni uno sólo de los cinco previó los problemas que ese secreto compartido les acarrearía.

Para empezar, que fueran exactamente iguales no podía ser bueno, se mirase por dónde se mirase. Por mucho tiempo que llevasen viviendo juntos y por muy bien que se cayesen, sus cuerpos no eran iguales. Y todo el mundo sabía que las gomas de los calzoncillos slip resultaban mucho más constrictivas que las suaves y adaptables de los boxer.

Tras la primera hora de rodaje, Yunho y Changmin habían empezando a tener problemas de movilidad, mientras Junsu llegaba a la conclusión de que sentarse no era una buena idea. Y caminar era una aún peor.

Por si eso fuera poco, la tela picaba. Mucho. No al principio, cuando uno se los ponía. Era progresivo. Igual que el roce hace el cariño, también hace que la sensibilidad aumente. Y Yoochun descubrió consternado que una mayor holgura en su ropa interior significaba un mayor porcentaje de rozamiento involuntario contra ella. Y por ende una mayor irritación.

Para cuando llegaron a los Campos Elíseos, los cuatro se estaban acordando de toda la línea genealógica de Jaejoong. Y de todos cuantos habían tenido la insensatez de relacionarse con esa familia de lunáticos. Changmin planeaba venganzas, a cada cual más elaborada, mientras Yoochun repasaba las menos complicadas, como esparcir polvos pica pica por todo el armario de su soulmate. Junsu sólo quería regresar al hotel y quemar esos calzoncillos. Y Yunho, mientras tanto, pensaba excusas creíbles para Jaejoong, considerando seriamente, sólo por si acaso, si una gran cantidad de suavizante solucionaría el problema.

Los dioses no los abandonaron del todo. Uno de los managers anunció que iban a sacar las últimas fotos y que luego volverían al hotel para ponerse la ropa de gala que iban a usar por la noche. Y los cuatro vieron el cielo abierto.

Yoochun se puso a la derecha, pegado al seto, con las manos en los bolsillos de su abrigo. Una postura casual e inocente que escondía unas manos que rascaban contra el interior de esos bolsillos intentando aliviar el picor.

Junsu se colocó a su lado, de perfil, intentando parecer profesional. Los ojos clavados en la cámara a pesar de la rigidez evidente de todo su cuerpo. Su mente repitiendo el mantra “ya falta poco, ya falta poco, ya falta poco”.

Changmin se agachó. No era la postura más cómoda, pero todos tenían que salir en la foto, y al menos en esa posición la prenda rozaba más contra su trasero que contra su miembro. Trató de esbozar una sonrisa que fue más bien una mueca. Y en un desesperado intento por olvidarse de esa pesadilla, clavó los dedos de su mano en su propia pierna.

Yunho se removía inquieto, a la izquierda de sus compañeros, cambiando constantemente el peso de un pie a otro. Al igual que Yoochun, había escogido meter las manos en los bolsillos de su pantalón, no para lograr una pose más cool, sino para aliviar esa infernal sensación en su entrepierna. Y si mantuvo la sonrisa, fue por Jaejoong.

Quien, precisamente, era el único que parecía feliz. Realmente feliz. Sonreía encantado, con sus ojos haciendo chiribitas y los brazos abiertos, observándolo todo, tocándolo todo. Y si sentía alguna incomodidad, en ningún momento lo demostró.

Ya de vuelta, en el hotel, todos descubrieron por qué. La gran pelea con Changmin esa mañana le había hecho olvidar que él también debía cambiarse la ropa interior. Y sus calzoncillos, esos que hacían juego con los otros cuatro, habían quedado sobre su cama.

Nadie del staff averiguó jamás lo que había pasado en esa habitación de hotel. Nadie. Preguntaron a unos y a otros, juntos y por separado, pero ninguno dijo una sola palabra al respecto. Había rumores, por supuesto, unos más descabellados que otros, y la anécdota pasó a formar parte de todas las leyendas urbanas que circulaban por la SM.

Lo que sí supieron, y vieron, fue el resultado. Un Jaejoong sumiso y obediente, que no dejaba de observar a sus compañeros por el rabillo del ojo con expresión enfurruñada. Un Jaejoong al que nunca dejaban solo ni siquiera para ir al baño. Y que en lo que restó de su estancia en Paris, no volvió a escaparse.

Historia de un brindis


Personajes / pareja: SiHan
Resumen: Un gesto sencillo puede desencadenar toda una vorágine de sentimientos encontrados.
Rating: PG
Palabras: 1.505
Disclaimer: Siguen siendo de ellos mismos. 
Notas: Escrito para el segundo intercambio “Una imagen, un fanfic” a petición de Hojaverde.


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Historia de un brindis




Todo comenzó con un brindis. Uno que a cualquiera le parecería inocente, pero en el cuál él vio mucho más. 

La mujer era irrelevante, bien arreglada, sí, con el maquillaje perfecto y una ropa cara, pero era una más de las miles de fans que habían conocido desde el debut. Ni siquiera era hermosa, como esas mujeres que es imposible ignorar porque destacan entre la multitud. Era del montón, alta para la estatura media coreana, con un acento chino encantador, pero con la voz tan aguda que hacía palpitar sus tímpanos cada vez que hablaba.

Se había acercado con una sonrisa y paso firme, la copa en la mano. No parecía nerviosa, a pesar de sus palabras, y se había desecho en elogios sobre la actuación que habían ofrecido la noche anterior. Su mirada había vagado por toda la mesa, aderezada con sonrisas y tintineo de pulseras, sin centrarse en ninguno más de lo políticamente correcto. Y había ofrecido un brindis, antes de alejarse, por todos los futuros éxitos del grupo, los que, estaba segura, serían muchos.

Hasta ese momento todo había sido normal. Aburrimiento enmascarado por sonrisas falsas y gestos suaves, medidos, que ofrecían una imagen de completa libertad. Más de lo mismo.

Entonces él se había puesto en pie, la mirada clavada en ella, con una sonrisa que parecía real. Se había inclinado en su dirección, con la excusa de chocar su copa, posando la mano en la chaqueta de su traje para evitar que se abriera sobre los platos sucios de la cena. Y le había susurrado un gracias que evocaba en la mente de Siwon abrazos furtivos y besos robados.

Había mantenido su propia sonrisa a duras penas, con las mejillas mucho más tensas de lo habitual para evitar que cayera, aunque estaba seguro de que la mueca había parecido un tanto agria. Y había evitado mirarla a la cara, clavando los ojos en la copa que tenía sobre las manos, deseando tener el poder de poner el cristal al rojo vivo y quemar sus finos dedos.

Su trago de champán fue corto y amargo, en contraposición con el de ellos. Siwon posó su copa sobre la mesa con fuerza excesiva, haciendo que pequeñas gotas escaparan de sus bordes y cayesen sobre la mesa. Y ellos seguían bebiendo, sin dejar de mirarse, un diálogo sin palabras fluyendo entre los dos.

Se tragó una maldición, sin querer levantar la vista hacia esa mujer. Y escuchó una risa al otro lado de la mesa, probablemente de Kyuhyun, pero no le prestó atención. Todos sus sentidos estaban puestos en el hombre que tenía a su izquierda, de pie, flirteando abiertamente con una desconocida e ignorándolo a él.

Hangeng ni siquiera se sentó cuando terminó el contenido de su copa, ni cuando la mujer se despidió definitivamente, con una mirada poco apropiada para un lugar lleno de personas que disfrutaban de la cena. Y tuvo el descaro de inclinarse respetuosamente cuando se alejaba, como si mereciese una deferencia mayor que cualquiera de las otras mujeres que había en la sala.

Cuando al fin volvió a su silla, sus ojos aún no habían regresado a la mesa, a los comensales de la misma, ni a él. Y su sonrisa había dejado rescoldos en las comisuras de sus labios que no terminaban de apagarse. 

Siwon se mordió la lengua, sabedor de que no era ni el momento ni el lugar, y de que, probablemente, estaba exagerando. Pero el resto de la noche ya no le pareció ni tan brillante ni tan perfecta como se suponía que era. Podrían haber estado celebrando que se habían comido el mundo y vendido billones de discos, pero a Siwon le sabría igual que la noticia de que iban a separarse indefinidamente.

Ceñudo y apagado se mantuvo en un rincón, apartado de todos los focos y de la mayoría de las personas. Sus ojos siempre fijos en la misma dirección, observando cómo Hangeng socializaba con unos y con otros, como reía ante algunas de las ocurrencias de Zhou Mi, o cómo sonreía amable cuando alguien se acercaba desde otro punto del salón. Ajeno por completo a su mal humor y su fulminante mirada.

Al final se quedaron solos, en una mesa cuyos integrantes se habían dispersado a lo largo de la sala. Por toda conversación el murmullo de voces que llegaban desde todos los rincones. Hasta que Hangeng lo miró por fin, de frente, sus ojos oscuros desvaneciendo todo a su alrededor, y preguntó con calma:

—¿Vas a contarme lo que te pasa?

—No me pasa nada —respondió enfurruñado, como el niño de tres años que ya no era.

Hangeng suspiró, y se giró más hacia él, hasta quedar con su brazo derecho apoyado en el respaldo de la silla, y el otro en la mesa.

—Llevas callado toda la noche. 

No necesitó añadir que eso era terriblemente inusual en él. Que en ese tipo de fiestas, en ocasiones anteriores, había reído y conversado como el que más, disfrutando del respiro que suponían en su apretada agenda. No dejaban de ser trabajo, pero era un tipo de trabajo mucho más llevadero. 

Suspiró también, esquivando su mirada y clavando sus ojos en sus propias manos.

—Ha estado fuera de lugar —declaró, volviendo a fruncir el entrecejo.

—¿El qué?

—La mujer. El flirteo. Las sonrisas. Toda esa deferencia hacia ella, y la inclinación más marcada de lo normal.

Vio por el rabillo del ojo cómo Hangeng fruncía el entrecejo con desconcierto. Probablemente ni siquiera recordaba de qué le estaba hablando. Sería una mujer más, una de tantas, que no significaba y nunca significaría nada especial para él. Siwon se sentía idiota por sentir celos de una mujer así, por dejar que lo afectase tanto, pero no podía evitarlo. Siempre había tenido la sensación de que Hangeng desaparecería en cuanto se descuidase y apartase la vista de él. 

Su respuesta, sin embargo, lejos de tranquilizarlo, lo puso aún más tenso.

—¿Te refieres a Shinlù?

Esta vez sí lo miró de frente. Se giró hacia él como un resorte y preguntó con brusquedad:

—¿Shinlù?

—La mujer que se acercó hace unas horas, la del vestido caro y acento chino.

—¿Shinlù? —repitió, sin atender a las palabras de Hangeng—. No sabía que habíais intimado tanto como para que conocieses su nombre.

Hangeng volvió a fruncir el entrecejo, en una mirada que no supo descifrar.

—No lo he hecho. 

—No es lo que parece.

—¿Y qué parece, Siwon? ¿Qué es lo que has visto que te ha molestado tanto?

En esa ocasión no vaciló. 

—He visto a un hombre encantado con lo que tenía delante, con una mujer que lo ha dejado fascinado.

Sonrió. Hangeng esbozó su deslumbrante sonrisa ante él, mirándolo todavía con esa calma tan característica suya, que transmitía paz a cuantos le rodeaban, pero que en ese momento heló el interior de Siwon. Apartó la vista, considerando seriamente levantarse y alejarse de él, pero su respuesta lo detuvo.

—Has visto a un hombre saludando a la dueña de una de las mayores cadenas televisivas de China, la que más espacios nos ofrece. Has visto a un hombre haciendo el trabajo por el que le pagan, representando al grupo que tiene sus actividades en ese país. 

Era definitivamente idiota, no había otra explicación. Si no lo fuera nunca habría llegado a una conclusión tan absurda por un gesto tan pequeño, ni habría sentido esas estúpidas ganas de hacer desaparecer a la mujer del mapa sólo porque miraba a Hangeng como algo más que una inversión. Pero Siwon se sintió tan aliviado que ni siquiera le importó haberse puesto en ridículo así. 

Levantó la vista hacia Hangeng y contempló esa sonrisa deslumbrante, esos ojos en los que se podía leer todo el cariño que sí sentía por él, y que no había estado presente cuando miró a esa mujer. Que nunca estaba presente cuando miraba a los demás, fuesen quienes fuesen. Al menos no con la misma intensidad.

—El que debería controlarse eres tu. Apuesto a que casi todos se han dado cuenta de lo celoso que estás.

Tenía razón, por supuesto. Delante de las cámaras siempre podrían fingir que sólo se trataba de fanservice, que no había nada más. Pero fuera de ellas no tenían esa excusa, y no podían hacer según que cosas. Su relación era algo que no debía andar de boca en boca. 

Terminó de volverse hacia él, hasta que sus rodillas se encontraron, y apoyó descuidadamente su brazo derecho cerca del que Hangeng tenía sobre la mesa, de modo que sus manos se rozasen. Y con apenas un hilo de voz, murmuró:

—Lo siento.

Era cuanto podía ofrecerle ahí, en esa sala atestada de gente, de miradas que no les convenía atraer. Pero por la sonrisa y la mirada de su amante, fue suficiente.

02 abril 2012

Juego


Personajes / Pareja: JaeMin
Resumen: Todo en la vida es un juego. O quizá no.
Rating: R
Palabras: 1.792
Disclaimer: Ya quisiera yo, pero siguen sin ser míos. Y no gano nada escribiendo esto.
Notas: Escrito para el intercambio “Una imagen, un fanfic”, a petición de Chunnie_sam.


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Juego




Lo hace a propósito. Una mirada que se clava en él justo hasta el instante en que logra captar su atención y luego se aparta. Una sonrisa cuando ha atrapado sus ojos en ese juego, en una conversación que no le incluye, pero indiscutiblemente dirigida a él. Una caricia sobre su cuello, en un gesto que parece descuidado, casual, pero que no lo es. Nunca lo es.

Y vuelta a empezar. Ojos, sonrisa, caricia. No siempre en el mismo sitio ni con la misma cadencia. A veces sus ojos se desvían cuando no deben, mirándolo de soslayo. Sus pestañas como única pantalla y escondite de su mirada. Otras veces los cierra cuando su mano desciende sobre su camisa entreabierta, fingiendo un calor que no siente realmente, o no del tipo que los que están junto a él imaginan.

Lo peor es cuando no se esconde. Cuando lo mira de frente, sin apartar la vista, ninguna sonrisa en sus labios, intensidad y deseo en unos ojos que exigen respuesta a una demanda que no hace falta poner en palabras. Porque es clara, directa y visceral, imposible de ignorar o malinterpretar.

Y es entonces cuando Jaejoong aparta la mirada para recordarse dónde se encuentra. Para recordar que hay gente a su lado, aun cuando no logre ponerles nombre, que hay comida sobre la mesa y que aun queda al menos otra hora antes de que pueda salir de ahí. Y se promete no volver a mirar, ignorar al que fuera su maknae y todas las triquiñuelas que trate de desplegar ante él.

Obviamente no lo consigue. Su presencia parece invadir toda la sala, su cuerpo ejerce ese magnetismo tan característico suyo, que lo atrae del mismo modo que un imán al metal. Antes de que pueda darse cuenta ya está mirando, deleitándose con cada gesto y cada esquiva sonrisa. Mordiéndose el labio inferior con anticipación, y tragando la saliva excesiva que se acumula en su boca.

Y Jaejoong es consciente de que lo sabe. Changmin sabe perfectamente lo que es capaz de provocar en él, y su sonrisa se vuelve más intensa, sus gestos más descarados, aunque no lo suficiente como para resultar evidentes a las personas que le rodean. Con un movimiento estudiado se quita la chaqueta, dejando a la vista la fina camisa blanca que lo cubre. Y se reclina en el sofá, descuidadamente, apoyando el brazo derecho en lo alto del respaldo.

Pura tentación. Más roces casuales sobre su cuerpo, más miradas que no tratan de esconder nada. Y sonrisas. Cientos de sonrisas. Que marcan cada minuto, cada maldito segundo que no quiere avanzar en su reloj.

Jaejoong apenas prueba bocado. Si le preguntaran no sería capaz de recordar de qué se compone el menú de esa noche, ni si el sabor es bueno o no. Porque todo le sabe a sexo, a deseo concentrado, a Changmin. Todo huele a su piel, mezcla de agua, champú y Bvlgari. Está fuera de su alcance, demasiado lejos como para que sus sentidos lo perciban, pero él ha saboreado esa piel demasiadas veces como para que su mente olvide las sensaciones que le provoca.

Y deja de intentar evadirse, de luchar contra lo inevitable, cuando Changmin se levanta, exudando sexualidad, y le dirige una última mirada en la que ya no juega, en la que su necesidad se refleja y deja a Jaejoong ardiendo sobre la silla.

Cuando desaparece de su vista llega la invitación. Un sms, tres simples números, ninguna explicación. No necesita más. Ambos saben que no está en condiciones de negarse, y que esa habitación de hotel va a cobijar durante la noche mucho más que sueños.


—~oOo~—


—Te has tomado tu tiempo.

La camisa completamente abierta, el cinturón que sujeta sus pantalones negros desabrochado, los pies descalzos, contrastando contra la madera del suelo. Y su mirada penetrante clavada en él, sin sonreír, pero no exenta de cierto triunfo y anticipación.

A pesar del banquete que ofrece a sus sentidos, Jaejoong no puede apartar la vista de esos ojos. Profundos, oscuros, abrasadores. Que lo atraviesan y lo desnudan a la vez. Y sonríe, en ese juego que ambos conocen, que los vuelve rivales y amantes, competitivos y ávidos a más no poder.

Cruza el umbral y se baja la cremallera de su propia chaqueta, mientras deja que una elocuente mirada lo recorra de arriba abajo:

—Y tú no lo has perdido.

—No es mi estilo.

—Lo sé.

Frente a frente mientras la puerta se cierra. Ojos enterrados en la visión que tienen enfrente, manos todavía quietas y mentes que vuelan. Que mezclan imágenes pasadas con el presente, y que anticipan una experiencia que todavía está por venir. El mundo no existe fuera de esa habitación, no lo ven, no lo oyen. Ni problemas, ni diferencias de opinión, ni personas que en ese momento no son nadie. Sólo ellos dos y lo que ahora son. En ese justo momento.

—No esperaba encontrarte hoy.

Sonríe, porque sabe lo que va a contestar. Lo mismo que ha respondido cada vez que se encuentran, casualmente o no. Y Jaejoong le devuelve la sonrisa.

—Pero te has adaptado sorprendentemente bien al imprevisto.

—¿Te lo parece?

—Indudablemente.

Se acerca, un paso, y luego otro, hasta quedar frente a él. Pero no lo toca. El calor de su piel emanando a través de su camisa abierta, su olor envolviéndolo, mucho más estimulante de lo que sus sentidos habían imaginado en el restaurante. Sus alientos mezclándose a medio camino de los dos. Silencio y quietud. Y deseo, sobre todo deseo.

Jaejoong traga saliva, manteniendo su mirada, mientras el juego avanza. La lengua progresando sobre sus propios labios, humedeciendo, despertando. Atrayendo. Sus manos dejando caer la chaqueta que todavía aguardaba en ellas. Ni siquiera parpadea, ni sonríe, cuando Changmin se inclina aún más hacia él, esperando algo que aún no llega.

—¿A qué has venido, Jaejoong?

Un susurro que no necesita respuesta. Grave, audaz y sereno. Sílabas que se arrastran en una voz que no pregunta, que simplemente tienta. Su respiración chocando contra sus labios, a menos de un latido. Y Jaejoong pierde de vista sus ojos en favor de su boca entreabierta, que esconde unos dientes que ya no sonríen, acariciados por una lengua que puede hacer mucho más.

Acerca su boca y cierra los ojos. Pero no lo besa. Se queda quieto, esperando, con el aroma de Changmin obnubilando cualquier pensamiento racional. La temperatura en aumento, su respiración acelerándose, incrementando la sensibilidad de unos labios que no saben de juegos, que sólo entienden de roces, de lenguas y besos. De caricias sobre piel húmeda y un tipo de hambre que jamás es saciada. Su corazón palpitando desaforado contra su pecho, y sus pulmones reteniendo todo el aliento que le roba a su dongsaeng.

Y Changmin cede, cerrando la distancia, completando un beso que ha comenzado antes de tiempo. En un instante no hay ningún contacto entre sus cuerpos, y al siguiente se funden mucho más que sus labios. Los segundos, que en el restaurante apenas avanzaban, se deslizan ahora entre sus dedos, perdiéndose entre caricias, huyendo entre gemidos.

No hay más palabras. No hacen falta. Son sus cuerpos los que hablan de ausencia, los que buscan un reencuentro con quien jamás será un extraño. Los meses que pasan sin verse nunca disminuyen ni un ápice la necesidad que los consume en cuanto están en una misma habitación, sea rodeados de gente o solos los dos.

Hace mucho que comenzó ese juego, meses, años. Cada vez que se encuentran, da igual el sitio o la compañía, acaban igual, sucumbiendo, entregándose. Ya ni siquiera recuerdan cómo. Sólo son conscientes de que, en algún punto, entre besos furtivos y provocaciones descaradas, su juego ha dejado de serlo.


—~oOo~—


No han dormido. La noche se ha escapado entre caricias y besos, entre desnudez y cigarrillos compartidos. Entre conversaciones intrascendentes, de esas que no hacen daño, y miradas que se entrelazan, haciendo que el reloj deje de existir.

Jaejoong adecenta la cama mientras Changmin se ducha, aunque sabe que no es necesario, que hay gente en ese hotel de Tokio que lo haría por él. Pero no le importa. Acaricia esas sábanas como antes ha acariciado el cuerpo de Changmin, dejando que los pensamientos que se han mantenido fuera de esa habitación se filtren en ella lentamente.

No sabe cuándo será la próxima vez, ni tampoco dónde. A veces depende de él, otras de Changmin, pero la mayoría dependen del azar. El acuerdo es no hacer planes, simplemente dejar que fluya, que la oportunidad se presente y el resto... el resto es de los dos. Sólo de los dos.

Changmin sale del baño, el cabello todavía húmedo. Por toda ropa sus calzoncillos y la chaqueta que el mismo Jaejoong perdió en el suelo de la habitación la noche anterior. Su boca ocupada por el cepillo de dientes, pero presta para sonreír en cuanto le ve.

Se deja caer sobre la cama recién hecha, y Jaejoong protesta por el trabajo perdido, mientras despotrica sobre la poca consideración de su dongsaeng. Pero no es una queja de verdad. Sólo quiere ver la expresión exasperada de su rostro, esa mirada irritada que tan bien conoce y tan poco ve. Su juego los ha llevado lejos, los ha mantenido en pobre equilibrio sobre un hilo que parecía inexistente. Les ha dado fuerzas y fe.

Pero se ha cobrado su precio. Porque antes odiaba esa expresión, esos ojos que lo fulminaban sin piedad, que lo enfurecían a su vez , y ahora... ahora es, probablemente, lo que más extraña de ese maknae consentido que fue alguna vez.